Luz y Sombra – La Dualidad de la Verdad

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Luz y Sombra – La Dualidad de la Verdad

“La luz del sol no necesita proclamarse, su mera existencia basta para iluminar. Sin embargo, aquellos que eligen cerrar los ojos no pueden culpar al sol por la oscuridad que perciben, pues la verdad no deja de ser verdad solo porque alguien se niegue a verla.”

El sol es una verdad inmutable. No necesita proclamarse, justificar su brillo ni pedir permiso para existir. Su luz simplemente es, sin importar cuántos la nieguen o la critiquen.

Si alguien decidiera cerrar los ojos y negar su existencia, su incredulidad no lo haría desaparecer. El sol seguiría ahí, iluminando con la misma intensidad, sin alterarse por la percepción de los demás. Así ocurre con la verdad: no se modifica por el juicio de quienes la rechazan, ni pierde su esencia porque algunos prefieran ignorarla.

Pensar que una simple opinión puede opacar el brillo del sol no solo es pretencioso, sino absurdo. El sol no deja de brillar porque alguien lo critique, así como la verdad no deja de ser verdad porque alguien la niegue. Cada murmullo en su contra, cada juicio sobre su intensidad, es irrelevante para su naturaleza. Su luz no negocia con la duda, ni su calor se apaga ante la indiferencia.

El problema nunca ha sido la luz, sino la percepción de quienes la observan. No es el sol quien crea la oscuridad, sino quienes eligen darle la espalda. Hay quienes se quejan de su intensidad cuando el verdadero problema es que han pasado demasiado tiempo en la sombra. Su incomodidad no proviene de la luz, sino de su propia resistencia a ella.

Pero, ¿qué ocurre con aquellos que ven la luz y aún así la temen? La sombra no es más que la negación de la luz, un espacio donde la claridad no es bienvenida. No porque la luz no pueda llegar allí, sino porque ha sido rechazada. El que vive en la sombra no siempre es porque la luz no ha llegado, sino porque ha preferido no verla.

De la misma manera, la verdad no necesita imponerse ni gritar su existencia. No lucha por ser vista, no ruega ser aceptada. Simplemente permanece. Pero para aquellos que se resisten a ella, su existencia se convierte en una amenaza, en algo que desearían que no fuera real. Es más fácil negar que aceptar, más cómodo cerrar los ojos que ajustarse a la realidad.

Sin embargo, el sol sigue brillando. No se oculta por temor a la crítica ni deja de calentar por miedo a ser malinterpretado. Su esencia es dar luz, sin importar quién la acepte o la rechace. Y así es la verdad: permanece, incluso cuando nadie la proclama; ilumina, incluso cuando algunos la rechazan; brilla, incluso cuando otros eligen la oscuridad.

La cuestión no es si la luz existe, sino si estamos dispuestos a verla. Quien comprende esto deja de preocuparse por la aprobación de los demás, porque entiende que la verdad no necesita defensores, sino quienes estén dispuestos a verla. Y aunque muchos prefieran la sombra, aquellos que buscan claridad siempre levantarán la vista y encontrarán la luz.

Max8566 Pregunta respondida 27 de marzo de 2025
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Dios les bendiga.

La verdad no necesita defensa, pero, si alguien demanda razón de mi fe (de lo que creo) debo dar respuesta con mansedumbre a todo el que demanda una respuesta si la ocasión lo amerita.

Strd Comentario editado 27 de marzo de 2025

Comparto su comentario ya que la historia nos ha mostrado que uno de los mayores conflictos en la historia humana ha surgido de la obsesión por validar nuestras ideas e imponerlas a los demás. Más que un anhelo genuino de conocimiento, suele ser el deseo de control y la búsqueda de aprobación lo que enciende las disputas. Sin embargo, la verdad -entendida en su dimensión más profunda- existe independientemente de nuestra validación: no se ve afectada por las opiniones que la aceptan o la rechazan.

Cuando el apóstol Pedro habla de “dar razón” (1 Pe 3:15), no está invitando a convertir la verdad en un dogma impuesto por la fuerza, sino a ofrecer con respeto y mansedumbre los fundamentos de nuestra esperanza. Aquí subyace una realidad filosófica clave: la verdad es universal, pero el acceso a ella se da libremente. Imponerla anularía esa libertad, mientras que exponerla con humildad la hace accesible a quienes la buscan.

Por lo tanto, el verdadero desafío no es “defender” la verdad como si dependiera de nosotros para existir, sino presentarla con apertura y empatía. Cada persona transita su propio camino y, en esa diversidad, la verdad se revela de formas distintas. Lo esencial es mantenernos firmes en lo que creemos, sin pretender forzar la adhesión de otros: la verdad no necesita ser validada, sino conocida. Y para ello, nuestros frutos -la coherencia de nuestra vida y nuestras acciones- hablan con mayor elocuencia que cualquier discurso, pues una existencia auténtica y transformada resulta el testimonio más persuasivo de la verdad que anunciamos.

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