La Trinidad del hombre

La Trinidad del hombre

LA NATURALEZA DEL HOMBRE

La trinidad del hombre

De acuerdo con lo que se nos dice en Gén 2:7, el hombre está compuesto de dos sustancias: la sustancia material, denominada su cuerpo, y la sustancia inmaterial, o su alma. El alma proporciona vida al cuerpo, y cuando el alma es quitada, el cuerpo muere.

Sin embargo, de acuerdo con lo que se nos dice en 1Ts 5:23 y Heb 4:12, el hombre está compuesto de tres sustancias: espíritu, alma y cuerpo, y algunos exégetas bíblicos han defendido está tricotomía, frente a la dicotomía, o sea la doctrina de los que sostienen que sólo dos partes constituyen al hombre.

Ambos puntos de vista son correctos cuando se los entiende como corresponde. El espíritu y el alma representan dos lados o partes de la sustancia no física del hombre; o, expresándolo de otra manera, el espíritu y el alma representan dos modos en los cuales opera la naturaleza espiritual. Aunque separados, el espíritu y el alma no son separables. Se saturan y compenetran mutuamente. En virtud del hecho de que están tan íntimamente relacionados, los vocablos “espíritu” y “alma” se emplean con frecuencia en forma intercambiable (Ecl 12:7; Apo 6:9); de manera que en un lugar la sustancia espiritual del hombre se describe como alma (Mat 10:28), y en otro lugar como espíritu (Stg 2:26).

Aunque se intercambian con frecuencia en el uso, los términos espíritu y alma tienen distintos significados. Por ejemplo, “el alma” es el hombre visto con relación a su vida presente. A las personas fallecidas se las describe como “almas” cuando el escritor hace referencia a su vida previa (Apo 6:9, Apo 6:10; Apo 20:4). “Espíritu” es el vocablo común que se emplea para describir a los que han pasado a la otra vida (Hch 23:9; Hch 7:59; Heb 12:23; Luc 23:46; 1Pe 3:19). Cuando una persona es “arrebatada” transitoriamente fuera del cuerpo (2Co 12:2) se dice que está “en el Espíritu” (Apo 4:2; Apo 17:3).

Porque el hombre es “espíritu” es capaz de tener conciencia de Dios, y de tener comunión con Dios; porque es “alma” tiene conciencia de sí; porque es un “cuerpo” tiene, mediante los sentidos, conciencia del mundo.

—Scofield.

El espíritu humano

En todo ser humano habita un espíritu dado por Dios, en forma individual (Núm 16:22; Núm 27:16). Este espíritu fue formado por el Creador en la parte interior de la naturaleza del hombre, y es capaz de renovación y desarrollo (Sal 51:10). El espíritu es centro y fuente de la vida del hombre. El alma es dueña de está vida y la usa, y por medio del cuerpo la expresa. En el principio Dios alentó el espíritu de vida en el cuerpo inanimado y el hombre se convirtió en alma viviente. De manera entonces que el alma es un espíritu que habita en un cuerpo, o un espíritu humano que opera por medio del cuerpo, y la combinación de ambos constituye al hombre en “alma”. El alma sobrevive a la muerte, porque es vitalizada por el espíritu, y sin embargo ambos, el alma y el espíritu, son inseparables porque el espíritu está entretejido en la trama misma del alma. Están fundidos, amalgamados, si se nos permite el vocablo, en una sola sustancia.

El espíritu es lo que distingue al hombre de todas las cosas creadas conocidas. Contiene vida humana e inteligencia (Pro 20:27; Job 32:8), distinto a la vida animal. Los animales tienen un alma (Gén 1:20, en el original hebreo) pero no espíritu. En Ecl 3:21 parece que se hace referencia al principio de vida tanto en el hombre como en las bestias. Salomón registra una pregunta que se formuló cuando se había apartado de Dios. A diferencia del hombre, por lo tanto, los animales no pueden conocer las cosas de Dios (1Co 2:11; 1Co 14:2; Efe 1:17; Efe 4:23) y no pueden entrar en relaciones personales, responsables con él (Jua 4:24). El espíritu del hombre, cuando es habitado por el Espíritu de Dios (Rom 8:16), se convierte en centro de adoración (Jua 4:23, Jua 4:24); de oración, canciones, bendiciones (1Co 14:15), y servicio (Rom 1:9; Flp 1:27).

El espíritu, puesto que representa la naturaleza más elevada del hombre, está relacionado con la cualidad de su carácter. Aquello que adquiere dominio de su espíritu se convierte en un atributo de su carácter. Por ejemplo, si permite que el orgullo lo domine, se dice que tiene espíritu altivo (Pro 16:18). De acuerdo con las influencias respectivas que lo controlan, un hombre puede tener un espíritu perverso (Isa 19:14), un espíritu provocador, irritable (Sal 106:33), un espíritu precipitado (Pro 14:29), un espíritu agitado (Gén 41:8), un espíritu contrito y humillado (Isa 57:15; Mat 5:3). Quizá esté bajo el espíritu de servidumbre (Rom 8:15), o impelido por el espíritu de celo (Núm 5:14). Debe, por lo tanto, custodiar el espíritu (Mal 2:15), enseñorearse de su espíritu (Pro 16:32), mediante el arrepentimiento hacerse un nuevo espíritu (Eze 18:31) y confiar en Dios para que cambie su espíritu (Eze 1:19).

Cuando las malas pasiones dominan al hombre, y éste manifiesta un espíritu perverso, ello significa que la vida natural, o del alma ha destronado al espíritu. El espíritu ha luchado y perdido la batalla. El hombre es presa de sus sentidos naturales y apetitos, y es “carnal”. El espíritu no ejerce ya dominio de la situación, y su carencia de poder se describe como un estado de muerte. De ahí que sea necesario un nuevo espíritu (Eze 18:31; Sal 51:10); y sólo aquel que sopló en el cuerpo del hombre el hálito de vida, puede impartir al alma del hombre una nueva vida espiritual, en otras palabras, regenerarlo (Jua 3:8; Jua 20:22; Col 3:10). Cuando esto ocurre, el espíritu del hombre ocupa un lugar de ascendencia y el hombre se convierte en “espíritu”. Sin embargo, el espíritu no puede vivir de sí mismo, sino que debe buscar constante renovación mediante el Espíritu de Dios.

El alma humana

“La naturaleza del alma”

El alma es el principio vivificante e inteligente que anima al cuerpo humano, empleando los sentidos corporales como sus agentes en la exploración de las cosas materiales, y los órganos corporales para expresión de sí misma y comunicación con el mundo exterior. Debe su existencia al hálito sobrenatural del Espíritu de Dios. La podemos describir como espiritual y viviente puesto que procede de Dios; la describimos como natural, puesto que opera mediante el cuerpo. Sin embargo, no debemos pensar que el alma es parte de Dios, puesto que el alma peca. Es más correcto afirmar que es el don y la obra de Dios (Zac 12:1).

Deben observarse cuatro distinciones, a saber:

(1) El alma distingue la vida del hombre y de la bestia de las cosas inanimadas y también de la vida inconsciente de las plantas.

Tanto el hombre como la bestia tienen almas (en Gén 1:20 la frase “ánima viviente” significa “alma” en el original). Podemos decir que las plantas tienen alma (refiriéndonos al principio de vida) pero no es un alma consciente

(2) El alma distingue al hombre de los animales. Los animales tienen alma, pero es un alma terrena que perece al morir el cuerpo (Ecl 3:21). El alma del hombre es de una cualidad diferente, puesto que está vivificada por el espíritu humano. “Toda carne no es la misma carne”, de manera que es así también con el alma. Hay un alma humana y un alma animal.

Es evidente que el hombre hace lo que los animales inferiores no pueden hacer, no importa cuán inteligente sean. Su inteligencia es la del instinto, y no de la razón. Tanto el hombre como la bestia construyen casas. Pero el hombre ha progresado hasta construir catedrales, escuelas y rascacielos, mientras que los animales construyen en la actualidad precisamente en la misma forma que lo hicieron cuando Dios los creó. Hay animales que chillan (como los monos), otros que cantan (como los pájaros) y otros que hablan (como los loros); pero sólo el hombre produce arte, literatura, música e invenciones científicas. El instinto de los animales puede manifestar la sabiduría del Hacedor, pero sólo el hombre puede conocer y adorar a su Creador.

A fin de ilustrar con más amplitud el elevado sitial que ocupa el hombre en la escala de la vida, distingamos cuatro grados de vida, que superan en nobleza unos a otros a medida que se independizan de la materia. En primer lugar, la vegetativa, que necesita órganos materiales para asimilar los alimentos; en segundo lugar, la sensitiva, que emplea los órganos para percibir y establecer contacto con lo material; en tercer lugar, la intelectual, que percibe el significado de las cosas mediante pensamiento lógico, y no meramente por los sentidos; en cuarto lugar, la vida moral, que concierne a la ley y la conducta. Los animales tienen vida vegetativa y sensitiva; el hombre tiene vida vegetativa, sensitiva, intelectual y moral.

(3) El alma distingue a un hombre de otro, y forma de esa manera la base de la individualidad. El vocablo “alma” es por lo tanto empleado con frecuencia en el sentido de “persona”. En Éxo 1:5 las “setenta almas” significa setenta personas. En Rom 13:1 “toda alma” significa toda persona. En la actualidad hemos adoptado este empleo del vocablo cuando decimos: “No se veía ni un alma.”

(4) El alma distingue al hombre no sólo de los órdenes inferiores sino también de los órdenes superiores de la vida. No hallamos referencia alguna con respecto al alma en los ángeles, porque no tienen cuerpos similares a los de los seres humanos. El hombre se convirtió en “ánima viviente”, es decir, un alma que satura un cuerpo terrenal sujeto a condiciones terrenales. Se describe a los ángeles como espíritus (Heb 1:14) porque no están sujetos a condiciones materiales o limitaciones. Por razón similar, Dios se denomina “Espíritu”. Pero los ángeles son espíritus creados y finitos, mientras que Dios es un Espíritu eterno e infinito.

El origen del alma

Sabemos que la primera alma existió como resultado del soplo de Dios, que trasmitió al hombre un hálito de vida. Pero ¿cómo se han formado las almas desde entonces? Los estudiosos de la Biblia se dividen generalmente en dos grupos, a saber: (1) un grupo afirma que cada alma individual no es recibida de los padres, sino que es creación divina inmediata. Citan los siguientes versículos: Isa 57:16; Ecl 12:7; Heb 12:9; Zac 12:1. (2) Otros piensan que el alma es trasmitida por los padres. Señalan que la trasmisión de la naturaleza pecaminosa de Adán a la posteridad milita contra la doctrina de la creación divina del alma; asimismo arguyen en favor el hecho de que las características de los padres son trasmitidas a los hijos. Citan los versículos siguientes: Jua 1:13; Jua 3:6; Rom 5:12; 1Co 15:22; Efe 2:3 y Heb 7:10.

El origen del alma puede explicarse mediante la cooperación del Creador y los padres. En el comienzo de una nueva vida, la creación divina y el empleo creador de ciertos medios operan juntos. El hombre engendra al hombre en cooperación con el Padre de los espíritus. El poder de Dios controla y satura el mundo (Hch 17:28; Heb 1:3) de manera que todos los seres nacen de acuerdo a las leyes que él ha ordenado. Por lo tanto los procesos normales de reproducción humana ponen en movimiento esas leyes divinas de vida que hacen que el alma humana nazca en el mundo.

El origen de todas las formas de vida está rodeado de misterio (Ecl 11:5; Sal 139:13-16; Job 10:8-12), y está verdad nos debe advertir en el sentido de no conjeturar más allá de los límites delineados por las declaraciones bíblicas.

El alma y el cuerpo

Las relaciones del alma con el cuerpo pueden ser descritas e ilustradas como sigue:

(1) El alma es la tenedora o portadora de la vida. Figura en todo aquello que pertenece al sostenimiento, riesgo y pérdida de la vida. Es por ello que en muchos casos el vocablo “alma” se ha traducido “vida”. (Cf. Gén 9:5; 1Re 19:3; 1Re 2:23; Pro 7:23; Éxo 21:23; Hch 15:26.) La vida es la saturación del cuerpo con el alma. Cuando el alma ha desaparecido, el cuerpo no existe tampoco; todo lo que queda es un grupo de partículas materiales en estado de rápida descomposición.

(2) El alma satura y habita toda parte del cuerpo y afecta más o menos directamente todas sus partes. Ello explica por qué las Sagradas Escrituras atribuyen sentimientos al corazón, los riñones (Sal 73:21; Job 16:13; Lam 3:13; Pro 23:16; Sal 16:7; Jer 12:2; Job 38:36), entrañas (Flm 1:12; Jer 4:19; Lam 1:20; Lam 2:11; Cnt 5:4; Isa 16:11), vientre (Hab 3:16; Job 20:23; Jua 7:38). Está misma verdad que el alma satura el cuerpo explica por qué en muchos lugares se presenta al alma realizando actos corporales (Pro 13:4; Isa 32:6; Núm 21:4; Jer 6:16; Gén 44:30; Eze 23:17, Eze 23:22, Eze 23:28).

“Mi interior” o frase equivalente es la terminología que se emplea con frecuencia para describir los órganos internos saturados por el alma (Isa 16:11; Sal 51:6; Zac 12:1; Isa 26:9; 1Re 3:26). Estos versículos describen las partes internas como centro de los sentimientos, de la experiencia espiritual y la sabiduría. Pero nótese que no es el tejido material el que piensa y siente, sino el alma que opera por medio de los tejidos. Hablando estrictamente, no es el corazón de carne, sino el alma por medio del corazón la que siente.

(3) Por medio del cuerpo, el alma recibe sus impresiones del mundo exterior. Las impresiones son recibidas por los sentidos (la vista, el oído, el gusto, el olfato y el tacto) y trasmitidas al cerebro por medio del sistema nervioso. Por medio del cerebro, el alma trabaja esas impresiones mediante los procesos del intelecto, de la razón, la memoria y la imaginación. El alma procede entonces de acuerdo con estas impresiones, enviando órdenes a las diversas partes del cuerpo por medio del cerebro y el sistema nervioso.

(4) El alma establece contacto con el mundo por medio del cuerpo, el cual es el instrumento del alma. Los actos sensitivos, intelectuales y volitivos y otros son las actividades del alma, o del ser mismo. Soy “yo” el que ve, y no meramente los ojos; soy “yo” el que piensa, y no meramente el intelecto; soy “yo” el que arroja la pelota y no meramente el brazo; soy “yo” el que peca, y no meramente la lengua o los miembros. Cuando un órgano es dañado, el alma no puede funcionar como debe por medio de él; en caso de lesión cerebral, puede producirse la locura. El alma queda cual hábil músico con un instrumento roto o dañado.

El alma y el pecado

El alma vive su vida natural por medio de lo que, por falta de término más adecuado, denominaremos los instintos. Estos instintos son la fuerza motriz de la personalidad, de la cual el Creador ha dotado al hombre a fin de capacitarlo para su existencia terrena (de la misma manera que le ha dotado de facultades espirituales para capacitarlo para la existencia celestial). Los denominamos instintos porque son estímulos naturales implantados dentro de la criatura para capacitarla para hacer instintivamente lo que es necesario para el origen y la preservación de la vida natural. El doctor Leander Keyser dice lo siguiente: “Si el niño recién nacido no tuviera ciertos instintos al comenzar su vida, no podría sobrevivir ni con el mejor cuidado médico o paterno.”

Notemos los cinco instintos más importantes:

Primero, el instinto de conservación, que nos advierte del peligro y nos capacita para cuidarnos y protegernos. Segundo, el instinto de adquisición, que nos lleva a adquirir lo que nos es necesario para la subsistencia. Tercero, el instinto del hambre y de la sed que nos estimula a buscar alimentos y satisfacer el hambre natural. Cuarto, el instinto de reproducción o sexual, por el cual se perpetúa la raza. Finalmente, el instinto de dominación, que conduce a desplegar ese espíritu de iniciativa y afirmación necesario para cumplir la vocación y responsabilidad de uno.

La historia del revestimiento del hombre de estos instintos por el Creador se encuentra en los primeros dos capítulos de Génesis. El instinto de conservación está implicado en la prohibición y advertencia que dice: “Pero del fruto del árbol que está en medio del huerto dijo Dios: No comeréis de el, ni le tocaréis, para que no muráis.” El instinto de la adquisición es evidente al recibir Adán de manos de Dios el hermoso huerto de Edén. El instinto de buscar alimentos queda expuesto en las palabras: “He aquí que os he dado toda planta que da semilla, que está sobre toda la tierra; y todo árbol en que hay fruto de árbol que da semilla; os serán para comer.” Se hace referencia al instinto de reproducción en las siguientes declaraciones: “Varón y hembra los creó. Y los bendijo Dios; y les dijo: Fructificad y multiplicaos.” El quinto instinto, el de dominio, está indicado en el mandamiento que dice: “Llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread.”

Dios ordenó que las criaturas inferiores se gobiernen primeramente por instinto. Pero el hombre fue honrado con el don del libre albedrío y de la razón, por medio de los cuales se disciplinaría y se convertiría en árbitro de su propio destinó.

En calidad de guía para regular las facultades del hombre, Dios impuso una ley. El entendimiento del hombre con respecto a está ley produjo la conciencia. Cuando el hombre escuchó la ley, tenía una conciencia instruida; cuando desobedeció a Dios, sufrió los efectos de una conciencia que le acusaba. En la narración relativa a la tentación (Gén 3:1-24) leemos de que manera el hombre se rindió a la concupiscencia de los ojos, la concupiscencia de la carne, y la soberbia u orgullo de la vida (1Jn 2:16), y usó sus poderes contrarios a la voluntad de Dios. El alma a sabiendas y de buena voluntad empleó el cuerpo para pecar contra Dios. Esta combinación del alma que peca con un cuerpo humano constituye lo que se conoce como “el cuerpo del pecado” (Rom 6:6) o la carne (Gál 5:24). La inclinación o deseo del alma en el empleo del cuerpo de esa manera se describe con la frase “intención de la carne” (Rom 8:7). Porque el hombre pecó con el cuerpo, será juzgado de acuerdo con lo “hecho por medio del cuerpo” (2Co 5:10). Eso implica una resurrección (Jua 5:28, Jua 5:29).

Cuando la “carne” es condenada, no se hace referencia al cuerpo material (los tejidos materiales no pueden pecar) sino al cuerpo empleado por el alma que peca. Es el alma la que peca. Cortad la lengua calumniadora, y el calumniador quedará aun en pie; amputad la mano del ladrón, y seguirá siendo ladrón todavía en su corazón. Los impulsos pecaminosos del alma son los que se deben destruir, y esa es la obra del Espíritu Santo. (Compare Col 3:5; Rom 8:13.)

La “carne” debe definirse como la suma total de todos los instintos del hombre, no como fueron recibidos por primera vez del Creador, sino después de haber sido torcidos y convertidos en anormales por el pecado. Es la naturaleza humana en su condición caída, debilitada y desorganizada por la herencia racial derivada de Adán, y debilitada y pervertida por actos conocidos de pecado. Representa la naturaleza humana no regenerada, cuyas debilidades son disculpadas con frecuencia con las palabras: “Es la naturaleza humana, después de todo.”

Es la perversión de los instintos y las facultades con los cuales Dios ha dotado al hombre lo que constituye la base del pecado. Por ejemplo, el egoísmo, la susceptibilidad, la envidia y el enojo son corrupciones del instinto de conservación. El robo y la codicia son corrupciones del instinto de la adquisición. “No robarás” y “no codiciarás” significan: “No corromperás el instinto de adquisición.” La glotonería es la desnaturalización del instinto de buscar alimentos, y por lo tanto es pecado. La impureza es perversión del instinto de reproducción. La tiranía, la injusticia y el espíritu contencioso constituyen abusos del instinto de dominación. Vemos entonces que el pecado es fundamentalmente el abuso o desnaturalización de las fuerzas con las cuales Dios nos ha dotado.

Y notemos las consecuencias de está corrupción: En primer lugar, una conciencia culpable, que le dice al hombre que ha deshonrado a su Hacedor, y le advierte con respecto al terrible castigo. En segundo lugar, ìa desnaturaliza

eleonoragimenez Pregunta respondida 3 de julio de 2024
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La idea de la “trinidad del hombre” generalmente se refiere a la noción de que los seres humanos están compuestos de espíritu, alma y cuerpo (1 Tesalonicenses 5:23). Sin embargo, no hay consenso teológico sobre esta interpretación. Algunos ven al ser humano como una unidad indivisible, mientras que otros apoyan esta visión tricotómica. Es importante notar que esta idea no es equivalente a la doctrina de la Trinidad divina.

eleonoragimenez Pregunta respondida 3 de julio de 2024
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