La fe, en el contexto cristiano, se entiende como una confianza profunda y personal en Dios, basada en su revelación y promesas, que a menudo va más allá de lo que puede ser plenamente demostrado mediante evidencia empírica. La evidencia, por otro lado, se refiere a los datos, hechos y observaciones que pueden ser verificados y utilizados para apoyar una creencia o teoría.
Tradicionalmente, la teología cristiana ha sostenido que la fe y la razón son complementarias. San Agustín y Santo Tomás de Aquino argumentaron que la fe es razonable y que la razón puede llevar a una comprensión más profunda de la fe. Hebreos 11:1 dice: “Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve”, sugiriendo que la fe implica una certeza en lo invisible, pero no necesariamente una ausencia de razón o evidencia. Santiago 2:14-26 enfatiza que la fe sin obras es muerta, sugiriendo que la fe verdadera se manifiesta a través de acciones concretas, mientras que Efesios 2:8-10 aclara que la salvación es por gracia mediante la fe, y que las buenas obras son el resultado de esa fe salvadora. Juan el Bautista en Mateo 3:8 y Lucas 3:8 llama a producir frutos dignos de arrepentimiento, indicando que el cambio interior debe reflejarse en un comportamiento exterior.

La ciencia puede explorar el “cómo” del universo, mientras que la fe aborda el “por qué” y el propósito último de la existencia.

La fe no requiere ignorar la evidencia; al contrario, la evidencia puede fortalecer la fe. La historia del cristianismo está llena de ejemplos donde la evidencia ha jugado un papel en la confirmación de la fe, como la resurrección de Jesús.

la relación entre la fe y la evidencia es compleja pero complementaria. La fe cristiana no se basa en la ausencia de evidencia, sino que puede ser informada y fortalecida por ella. Argumentar a favor del cristianismo utilizando evidencia no es contrario a la fe, sino una forma de mostrar que la fe cristiana es razonable y coherente con la realidad observada.