Personalmente creo que lo más importante en la celebración de la Cena del Señor no es la copa en sí, sino lo que contiene: el vino, que simboliza la sangre de Cristo derramada por nuestros pecados. Durante la Última Cena, Jesús tomó una copa y la compartió con sus discípulos, y el vino que contenía representaba su sangre del nuevo pacto. Jesús dijo: “Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre, que es derramada por vosotros” (Lucas 22:20).

La copa es solo un medio para distribuir el vino, y su función principal es ayudar a los creyentes a participar juntos en este recordatorio del sacrificio de Jesús. Ya sea usando una sola copa compartida o copitas individuales, lo esencial es mantener el enfoque en el simbolismo del vino.

Participar en la Cena del Señor nos permite recordar y proclamar el sacrificio de Jesús y fortalecer nuestra unidad como cuerpo de Cristo. “Porque todas las veces que comáis este pan y bebáis esta copa, proclamáis la muerte del Señor hasta que Él venga” (1 Corintios 11:26). La intención y la actitud con la que participamos son cruciales; debemos hacerlo con reverencia, gratitud y reflexión sobre lo que Jesús hizo por nosotros. Pablo nos advierte: “De manera que el que coma el pan o beba la copa del Señor indignamente, será culpable del cuerpo y de la sangre del Señor” (1 Corintios 11:27).

Dado que el énfasis está en el simbolismo del vino, las iglesias pueden tener flexibilidad en cómo distribuirlo. Ya sea usando una sola copa compartida o copitas individuales, lo esencial es mantener el enfoque en lo que el vino representa.

Esta flexibilidad permite a las congregaciones adaptarse a diferentes circunstancias, como consideraciones de salud pública o tradiciones locales, sin perder el significado central del sacramento (Santa Cena).

En resumen, la forma específica de distribuir el vino puede variar según las prácticas y circunstancias de cada iglesia, pero lo más importante es lo que representa: la sangre de Cristo, el sacrificio que hizo por nuestra redención. “En Él tenemos redención mediante su sangre, el perdón de nuestros pecados según las riquezas de su gracia” (Efesios 1:7).